Me encuentro de vuelta en Canadá después de un año sin venir y dos años de estar re-encontrándome con el Sur de este maravilloso continente llamado, hace no mucho tiempo, América.
Es curiosos como nos cambia la escala de las cosas según las experiencias que tenemos. Cambian también la manera de como abordamos ciertas preguntas en diferentes momentos de la vida.
Y una pregunta con la que me volví a encontrar, bastante seguido, en estos últimos dos años es ¿De dónde eres?…
Por mucho tiempo me incomodaba esta pregunta. Lo lógico y primero era decir soy de Chile, por más que no viviera ahí hace mas de 25 años, pero entiendo que “ser de ahí” de algún modo da respuesta a esa pregunta.
Me fui dando cuenta también que mi respuesta podía variar dependiendo en que lugar geográfico me hicieran la pregunta. Por ejemplo, si estaba viajando por europa o viviendo en Canadá podía responder soy Latinoamericano sin mucho pensarlo, porque realmente me siento un Latinoamericano.
Cuando estoy en Latinoamérica, respondo soy de Chile. Cuando estoy en Chile, porque ahí también te preguntan de donde eres, respondo que soy del desierto de Atacama y cuando estoy en el desierto de Atacama, respondo soy de las salitreras. Y como habían muchas salitreras, luego me preguntas de cual, y ahí respondo Pedro de Valdivia.
Pero aquí surge una cuestión técnica y es que aquel lugar donde nací y viví hasta los 13 años ya no existe. ¿Puede entonces alguien “ser” de un lugar que no existe? ¿O más bien debería “haber sido” de ese lugar? ¿Puede alguien ser de un lugar donde no está?
Yo creo que si, aunque técnicamente parece que no, ya que uno “es” donde “está”, ya que el lugar donde nació, exista o no, existe solo en nuestro recuerdo, es una concepción de nuestra mente y no es parte de nuestro presente, que en rigor es lo único que “somos"o mas bien, estamos siendo.
Pero no es mi afán presumir cuando comparto contigo mis reflexiones sobre esta pregunta, de hecho es lo que me incomoda de la pregunta, el hecho de parecer “caprichosamente complicado” ante una pregunta muy simple, ¿De dónde eres?
Pero déjame volver a ese lugar que ya no existe: La oficina salitrera Pedro de Valdivia.

Yo nací y viví ahí hasta mis trece años, es decir mi infancia. Luego, junto a mi familia nos fuimos a vivir a Antofagasta, “La gran ciudad”. Al irme de ahi yo deje de ser un niño, abandoné mi infancia. Entonces, mi infancia es ese lugar, mi infancia es el desierto.
“La única patria posible es la infancia”. Esta es una cita que se le atribuye al poeta Austriaco Rainer María Rilke.
Mi infancia fue de mucha independencia y confianza en la comunidad, en los “otros” . Yo crecí en una pequeña comunidad de unos 3,000 habitantes en una época y en un país, que tampoco ya existe.
Las salitreras, llegaron a haber mas de 90 en todo el desierto de Atacama, eran poblados de migrantes, gente muy diversa que se apostó por ir a vivir a la mitad de desierto mas árido del mundo. Fueron esos migrantes, extranjeros éramos todos, los que logramos crear comunidades con una identidad muy fuerte y única.
Hasta el día de hoy, muchos pampinos, gentilicio de quienes nacimos o vivimos en las salitreras, también llamada “pampa”, vuelven unos días al año a celebrar su pueblo.
Se organizan desfiles, homenajes, vistas a los lugares públicos, como escuela, iglesia y el teatro, la gente limpia y duerme en las que fueron sus casas, etc. Todo es parte de una cultura e identidad que la gente se esfuerza por preservar con mucho cariño.
Es interesante observar como una comunidad de migrantes en solo 55 años pudo generar una identidad cultural tan fuerte.
Me atrevo a decir varias cosas: Una pequeña comunidad viviendo en condiciones climáticas extremas, unidas por una actividad productiva única como lo era la extracción del salitre, una sola escuela, un liceo y mucha actividad social y cultural, sobre todo en relación al teatro.
El teatro era un lugar central en la vida cultural de las salitreras. Su ubicación era central, importante, frente a la plaza. Era el lugar donde había, permanentemente, mucha actividad social.
También habían clubes sociales y piscinas públicas, que si bien estaban separadas y estratificadas de acuerdo al trabajo de cada persona, nunca me parecieron ser elementos que dividían a la comunidad.
Se aceptada esta separación social, casi de manera natural, y con un contrapeso de espacios públicos que reunían a toda la comunidad por igual, que creo, ayudaron mucho a generar esa identidad local tan particular de las salitreras, sobre todo en Pedro de Valdivia, la cual conocí muy bien.

¿Es la infancia la única patria posible?
Los poetas no vinieron para generar tesis, poner aprueba teorías o demostrar axiomas. Están aquí para mostrarnos un camino posible.
Todos estamos marcados por nuestra infancia, ahí se forjó mucho de nuestro carácter, nuestras aprehensiones y miedos. Fue ahí donde aprendimos a desarrollar nuestros mecanismo para defendernos/movernos en este mundo. Navegando, muchas veces, en entornos duros y situaciones que tan poco entendíamos.
Somos muy valientes cuando somos niños y niñas. Hacemos lo que esté a nuestro alcance para vivir y muchas veces sobrevivir a entornos sociales o familiares, muchas veces, complejos.
Nuestra infancia es un lugar que tarde o temprano debemos de abandonar, quizás para dejar que otros ocupen ese lugar y para comenzar otro viaje en nuestra vida.
Parte de nuestra vida adulta, y de nuestro viaje interior, tiene que ver con sanar aquellas cuestiones de nuestra infancia. Porque sí, aquella infancia, llena de tantas cosas bellas, tiene también muchos dolores que, tarde o temprano, habremos de volver a abrazar para poder sanar.
Así que sí, para mi la infancia es una patria posible. Es, o fue, un lugar que forjó muchas patrones de nuestro carácter y al cual podemos volver para reencontrarnos con ese niño/niña tan lindo que fuimos.
Hay una metáfora que usa para hablar del reencuentro con “el niño interior”: Se dice que tenemos dos corazones: un corazón de adulto y un corazón de niño. El corazón de adulto abraza al niño que llora por aquello que aún nos duele, y el corazón del niño nos regala la autenticidad e instinto que de adulto hemos perdido.
Esta metáfora me lleva a un cuadro de Frida Kahlo, llamado “Las dos Fridas”.
Cuando el niño era niño
Este es un poema de Peter Handke, también Austriaco, que aparece en la película El cielo sobre Berlín (Der Himmel über Berlin), del director alemán Wim Wenders.
Puedes escuchar el poema, con imágenes de la película, desde aquí >
Cuando el niño era niño andaba con los brazos colgando,
quería que el arroyo fuera un río,
que el río fuera un torrente y que este charco fuera el mar.
Cuando el niño era niño no sabía que era niño,
para él todo estaba animado
y todas las almas eran una.
Cuando el niño era niño no tenía opinión sobre nada,
no tenía ninguna costumbre,
se sentaba en cuclillas,
tenía un remolino en el cabello,
y no ponía caras cuando lo fotografiaban.
Cuando el niño era niño era el tiempo de preguntas como:
¿Por qué yo soy yo y por qué no tú?
¿Por qué estoy aquí y por qué no allí?
¿Cuando empezó el tiempo y dónde termina el espacio?
¿Acaso la vida bajo el sol no es sólo un sueño?
Lo que veo y oigo y huelo,
¿no es sólo la apariencia de un mundo ante el mundo?
¿Existe de verdad el mal y gente que realmente son malos?
¿Cómo puede ser que yo, el que soy,
no fuera antes de devenir,
y que un día yo, el que yo soy,
no sea más ese que soy?
Cuando el niño era niño le costaba tragar las espinacas,
los chícharos, el arroz con leche y la coliflor al vapor,
y ahora come todo, no sólo por necesidad.
Cuando el niño era niño alguna vez despertó en una cama extraña,
y ahora lo hace seguido.
Muchas personas le parecían bellas,
y ahora, sólo en ocasiones, con suerte.
Imaginaba claramente el paraíso,
y ahora, como mucho, lo adivina.
No podía pensar en la nada,
y hoy se estremece ante ella.
Cuando el niño era niño jugaba entusiasmado,
y ahora se concentra como antes
sólo si se trata de su trabajo.
Cuando el niño era niño las manzanas y el pan
le bastaban de alimento, y todavía es así.
Cuando el niño era niño las moras le caían en la mano,
como sólo caen las moras, y asi es todavía;
las nueces frescas le ponían áspera la lengua,
y así es todavía;
encima de cada montaña tenía el anhelo de una montaña más alta,
y en cada ciudad el anhelo de una ciudad aun más grande…
y siempre es así todavía.
En la copa del árbol tiraba de las cerezas
con igual deleite lo hace hoy todavía;
se asustaba de los extraños como todavía se asusta;
esperaba las primeras nieves y todavía las espera.
Cuando el niño era niño
lanzó un palo como una lanza contra el árbol,
y hoy vibra así todavía.