

Discover more from Casas Saludables y Eficientes
#101 Devenir animal: sentir el lugar
“(…) luego entré por la puerta a nuestra casa, agradecido por el calor de sus paredes y la familiaridad del lugar.
Pero cuando me quité las botas y dejé la mochila en la mesada, noté que algo no andaba bien. Había cierta angustia, cierta perturbación en la casa. Volví a abrir la puerta de par en par, preguntándome si había dejado algo afuera, pero no había nada. Cerré la puerta, agarré la correspondencia y me dirigí al sillón. Y entonces me detuve. Las paredes, el techo, las mesas bajas e incluso las paredes me fulminaron con la mirada. El sillón, con sus gruesos almohadones tapizados, me mantenía a distancia. «La pequeña se ha ido», mascullé en voz baja.
Mis palabras parecieron inducir un sutil cambio en el comportamiento de las escaleras, y las paredes se empezaron a combar. Todo el interior parecía pesado, opresivo: la acusación se había convertido en abatimiento. «Pero la bebé volverá -dije, a nadie en particular, y luego más fuerte-: ¡Escuchen! Hannah volverá. ¡En diez días estará en casa!».
La habitación se iluminó de inmediato. Los muebles se relajaron, el cielorraso dejó de parecer amenazante. La estructura de la casa se aflojó y se suavizó, y las vigas de madera se acomodaron en lo que parecía una espera paciente y resuelta. El espacio ya no se sentía acusatorio; de hecho, ya no parecía prestarme ninguna atención. Me hundí en el sillón con la correspondencia.
Fueron diez días fructíferos, y cuando Hannah y su mamá regresaron a casa, la rueda de la vida volvió a girar como antes: aparecieron nuevos descubrimientos, se forjaron nuevas intimidades entre los miembros de Hannah y el ritmo reiterado de las escaleras, entre su mirada inquisitiva y el interior de algunos armarios.
Pero fue esa extraña confrontación con la casa al regresar solo ese día desde el aeropuerto lo que me alertó de la manera en que las cosas aparentemente inertes de una casa adquieren una nueva vida con la curiosidad y el placer de un niño, el modo en que sus formas son recibidas y bienvenidas por una criatura, que las disfruta en su peculiaridad y maravilla mucho antes de que esos objetos sean nombrados, antes de que sus límites se vuelvan precisos o se defina su rigurosa utilidad y su propósito.
(…) La relación de uno mismo con su casa, en otras palabras, no es una relación entre un puro sujeto y un puro objeto; entre una inteligencia, o mente, activa, y un pedazo de materia puramente pasiva. Antes quizás yo también pensaba la relación en esos términos, y puede incluso que haya vuelto a esa arrogancia cuando retomé la vida ajetreada de un padre primerizo. Pero medio año después de ese evento, otro encuentro con el edificio me sacó de mi postura distante de una vez y para siempre.
Hannah, de casi un año de edad, había estado gateando por varios meses y estaba aprendiendo a caminar y a mantener el equilibrio sujetándose del borde de una mesa baja mientras daba pasos a su alrededor, para luego lanzarse hacia el espacio abierto de la gran habitación tambaleándose de un lado al otro. En una de esas travesías, sonó el teléfono. Era el dueño de la casa que nos informaba que había decidido regresar al valle y mudarse otra vez allí, de modo que tendríamos que mudarnos en cuestión de unas pocas semanas.
(…) Todo el tiempo me preguntaba cómo nuestra partida de la casa afectaría el cosmos de nuestra pequeña hija.
No me detuve a pensar en el efecto que nuestra partida tendría sobre la casa misma (hacía tiempo que había olvidado mi experiencia de seis meses atrás, cuando regresaba del aeropuerto). Sin embargo, a pesar de todas mis preocupaciones por Hannah, a medida que se acercaba el día de nuestra partida -el día en que cargaríamos el camión de mudanza con cajas y mesas y lámparas- no fue mi hija sino yo el que se empezó a poner ansioso. Esta era una buena casa para nosotros; irse no parecía lo correcto. No importaba que planeáramos asentarnos en el valle del Río Grande al norte de Nuevo México, donde teníamos un puñado de viejos amigos: esta casa, en la que habíamos vivido solo por un año y medio, se sentía más familiar que esos amigos. Se sentía como una familia. Era el lugar donde Grietje y yo nos habíamos multiplicado y nos habíamos convertido en una familia. La perspectiva de dejar el lugar me disgustaba; me parecía un error.
Formación recomendada
“En pleno re-descubrimiento de la cal como conglomerante alternativo al cemento artificial, el conocimiento de las propiedades de cada uno de sus tipos, de sus ciclos y de las bases de la formulación de morteros de cal es clave para asegurar un resultado óptimo en la aplicación de revestimientos murales“
INICIO DEL CURSO: 5 DE JULIO - DOCENTE: MICAELA PICIACCIA
Sesión 1: Los morteros de cal.
Tipos de cales y propiedades: el ciclo de la cal. Los revestimientos murales. Bases de la formulación de morteros: enfoscados, capas intermedias y capas finas. Acabados continuos murales y suelos.
Sesión 2: Los enfoscados.
Preparación de los soportes. Bases de la formulación de morteros para enfoscados base. Aplicación de enfoscados. Los morteros pre formulados de enfoscado.
Sesión 3: Las capas intermedias y de regularización.
Preparación de los soportes. Bases de la formulación de morteros para capas intermedias. Aplicación de capas intermedias. Los morteros pre formulados de capa intermedia.
Sesión 4: Los acabados y capas finas.
Bases de la formulación de morteros para acabados y capas finas. Aplicación y uso de herramientas. Superficies continuas con enlucidos y estucos hidrófugos. Los morteros pre formulados de capas finas.
✍🏼 ¿Te gustaría patrocinar Casas Saludables y Eficientes escribiendo y mostrando tus servicios y/o productos? Toda la información aquí >
Unas noches antes del día previsto para nuestra partida, me desperté sobresaltado en medio de la oscuridad. Había alguien en la casa.
Bajé del loft y me quedé escuchando desde lo alto de las escaleras. Silencio. Bajé en puntas de pie a una habitación que refulgía con una luz pálida: la luna llena miraba fijo por las ventanas y hacía rebotar su resplandor en las paredes. La superficie de la mesada brillaba, ebria de luz de luna. Pero había algo más: todas esas vigas de madera talladas de manera tosca, fuertes como tendones, que se elevaban desde el suelo hasta el techo, o que descendían desde el techo hasta el suelo, y las otras, que se estiraban horizontalmente a lo largo del espacio superior de una pared a la otra para sostener los aleros exteriores, y los puntales angulosos que unían las vigas transversales con las que sostenían el techo abovedado sobre su lomo inclinado, todas esas vigas que se precipitaban de aquí para allá por el aire invisible brillaban más que ninguna otra cosa en la habitación iluminada por la luna, y sus superficies agrietadas relucían con un fuego lúgubre.
(…) Y me di cuenta, con cierta sorpresa, de que yo ya conocía esos poderes, que las líneas fluidas que atravesaban cada viga, los remolinos y las ondas en la fibra de cada poste se habían convertido de algún modo en algo familiar para mis sentidos, aunque nunca les había prestado atención consciente a sus patrones sinuosos. Las vigas de esta casa habían estado conversando en silencio con mi cuerpo de criatura en el transcurso del año, persuadiendo a mis ojos y a mis dedos errantes en innumerables momentos de distracción, y ahora noté que ya los conocía como individuos, es decir, que los conocía sin conocerlos, hasta esa noche, cuando de repente rompieron el callo frío de mis suposiciones y me obligaron a reconocer el intercambio silencioso, ese lenguaje más viejo que las palabras que mis extremidades musculosas hablaban con total fluidez. Hacer ese descubrimiento, de pie entre todas esas vigas de madera y las sombras de luz de luna que proyectaban en las paredes y el suelo, me trajo de vuelta a mí mismo, enraizó mi mente en el suelo fértil de mi cuerpo vivo, y así pude saborear los ladrillos con los pies y las corrientes de aire que me lamían la cara, pude incluso sentir el viento que se arremolinaba afuera bajo los aleros y soplaba sobre el tejado.
No era de extrañar, por lo tanto, que me hubiera puesto más y más ansioso a medida que se acercaba el día de nuestra partida. Era como si hubiésemos estado viviendo un año y medio en un bosquecillo de viejos árboles, un cúmulo de abetos, cada uno con su ritmo y su personalidad, que habían sido para nuestros cuerpos no solo refugio sino quizás también una especie de guía mientras nos convertíamos en una familia. Mis sentidos animales se habían acostumbrado a esas vigas, a esas vidas rectilíneas cuyas disposiciones sutilmente diferentes le habían otorgado una calidez comunal a la estructura y habían infundido la camaradería insólita que yo venía sintiendo por el lugar. Me acerqué por turnos a cada una, apoyándome o siguiendo el trazado de sus vetas con los dedos, y por último les di unos golpecitos con los nudillos: un gesto torpe, sí, pero lo suficientemente instintivo como para entablar un contacto agradecido con el interior de una pieza de madera.
Y luego subí las escaleras y volví a la cama.”
Abram, D. (2021). Casa (Materialidad 1). En Devenir animal. Una cosmología terrestre (pp. 48–53). Sigilo Editorial.
David Abram, doctor en filosofía por la Universidad de Nueva York y ecologista cultural, ha sido nombrado por el Utne Reader como uno de los cien visionarios que actualmente están transformando el mundo. Su trabajo une la tradición filosófica de la fenomenología con la problemática ambiental y ecológica.
En palabras de Robin Wall Kimmerer, directora del Centro para los Pueblos Nativos y el Medio Ambiente de la Facultad de Ciencias Ambientales y Silvicultura de la Universidad Estatal de Nueva York, su libro Devenir animal “ilumina un camino a seguir en la restauración de la relación con la tierra, guiados por nuestros seres animales vibrantes para volver a habitar el mundo resplandeciente”.